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Carmelo Camacho

15 / Diciembre / 2014

Los poetas

Sabemos muy poco
casi no sabemos,
pero fatalmente escribimos en un cuarto
aunque no haya luz,
o cuanta menos luz haya más escribimos,
sabemos que no hemos venido a este mundo para amar así
y quisiéramos amar de otra manera
a veces, vanamente, discutimos, con nosotros mismos, entre lo
hermético y lo pájaro.


Javier Aguirre Gandarias
“Como los loros, como las nubes”
Soles. Poesía Vasca, hoy
Universidad del País Vasco


Últimas voluntades de un hombre pájaro

… la mágica belleza de lo limpio.
(fragmento del poema “Setiembre” de J.A.G.)


Son innumerables los caminos de la memoria que me acercan, que me llevan cada día a ellos. Con la memoria están también los objetos, que antes fueron suyos. Su memoria con forma de silla, alacena, recipiente y que nos toca disfrutar, admirar, cuidar con cariño. Hasta que se disipe nuestra memoria también, y así sucesivamente… El conjunto de cosas que nos regalaron tienen ahora mucha importancia. Esta lámpara pequeña, por ejemplo, con forma de tortuga que luce continua, persistentemente como nuestra fragilidad.

Nos la regaló nuestra amiga Teresa Carcedo y ahora no está entre nosotros con su cariño y enorme hospitalidad y ahora se asienta como columna grave, inacabable su ausencia en nuestras vidas.

Los manteles, servilletas. Pude ver, sentir en los últimos años, durante toda su vida creo, en mi madre –la mágica belleza de lo limpio– Ella tan amena siempre, tan peculiar. Quedaron en suspenso los dibujos que le mandaría para hacer bordados en unas telas. Tal vez podríamos mostrarlos algún día, un día en estos escaparates. Ahora la veo en una foto levantando un vaso de vino que no bebía en la parte de atrás, entre geranios, de su casa

El amor –motor que mueve los años más tempranos de nuestra vida– se va de este modo parando.

Avelino se fue también con ellas para no volver. Emprendedor avispado de su propia vida es el primer hermano que perdemos. Así como la sal y el azúcar de la tierra se disolvió. Lector de Murakami y Yoshimoto hurgando en los jardines secos. Jardín futuro. Cenizá en Lanzarote. Porque vivíamos lejos nunca discutimos y ahora no vendrá más a sonreír conmigo, a celebrar los espacios de libertad que me ha procurado la pintura. Todo esto ha ocurrido en año y medio. Poco tiempo.

Ahora no hay quien saque el pan del horno,
la sangre de la vena,
el hijo del vientre.
el corazón de la basura.

Ahora no hay quien ponga la cruz en el cementerio,
ni la sal al guiso,
ni la palabra en la plaza.

Ahora no hay quien salga de sus treces malditos,
de sus vicios normales,
de sus “aquí me las den todas las hembras”.

Espero morirme pronto
y dejar al mundo como está,
al señor donde está,
a la doña donde esta,
al nadie donde está
y esta esperanza mía
ahorcada
sobre la poca
tierra
que habito.

Ahora no hay quien saque el pan del horno,
el hijo del vientre,
al cuerdo de su locura de vivir,
como hasta ahora
ha venido haciendo por aquí.

Manuel Padorno
Salmos para que un hombre diga en la plaza*

Así las cosas, se ha instalado la melancolía, el dolor entre la luz fluorescente de mi taller. La enfermedad de estas queridísimas personas que devino en final ha saltado mis alarmas. Con ese rumor de fondo he trabajado autómata, mecánicamente, como quien gesticula o hace repetida y las mismas muecas, balbuceando entrecortadamente realidad ya de por sí jodida y añoranza. Dolido.

Se lo dije a Javier Aguirre con lo de Avelino: –El resplandor, la precisa serenidad de tu poesía me ha sacado de la tristeza. No hay que entender, hay que vivir el poema en paralelo con nuestra desangelada situación. ¿Los ángeles? “–Es peor que ninguno este vino de Diciembre”, dice Javier en su poema titulado “Navidad”.

Hay quien dice, creo que inconscientemente, que no le gusta la poesía. He oído eso también de la pintura. ¡Como si fueran cosas que se comieran!, o peor aún, que son asuntos que no entienden. Me pregunto: –¿A qué lugar si no a este tan difícil de pronunciar iremos cuando todo en lo que hemos fundamentado nuestra vida esté vacío?

–Los pájaros piensan mejor.


Buscando nuevos espacios de libertad, lo saben mis primeros maestros, me inicié en la práctica de la pintura o por el hecho simple de tener relación con ella. “Cada cual sabe lo que tiene que hacer de cuando en cuando”, dice Manuel Padorno. Sabía que hay un aprendizaje más formal pero tenía veinte y pocos años y para mí “lo formal” debía ser la libertad. En poco tiempo advertí que no disponía de dinero suficiente. Sin embargo, he preparado talleres en todas partes por donde he ido desde entonces. Con decisión, anotando, interpretando lo contemporáneo, los hallazgos en esa simbiosis interesante que aúnan el trabajo y la propia vida. Disfrutando de esa libertad tan incompleta.

Advierto que para mí la literatura es una gran ayuda. Toda la literatura, por elegida, es pintable.

Dice Dorothy L. Sayers en “Los secretos de Oxford”: “A medida que se envejece, a medida que vas estableciéndote en la vida más placer obtienes de lo formal”.
Yo, que había pensado y vivido como cosa libre lo formal, me revelo cuando comienzan a irse, a desaparecer mis testigos. Me contemplo, me miro emocionado en ellos y reparo en que he traspasado la línea del horizonte. Estoy lejos del ecuador de la vida y sigo vivo, pero no tanto ya como la vivacidad que pretende mostrar mi elegida y libre pintura. Ahora llevamos en la memoria varios muertos. Y ellos eran los verdaderos protagonistas de nuestra, hoy desbaratada, libertad.

–¿Para quién pintaré ahora?

–¿Nuestros recuerdos compartidos, dónde irán?

–¿Qué hacer con sus objetos?, inanimados ahora en, al parecer, su último lugar.

El sentimiento de ausencia conforma al hombre que se pone de pie. No es, ya, tan importante, aun siendo improbable decorar algunos edificios bellos de por sí.

Bueno, sé que estas cosas le ocurren a todo el mundo, “cada cual tiene que hacer frente a sus escollos”, dice Natalia Ginzburg.

Asi que es importante, indispensable, tener un taller donde rumiar, escondido, todo esto.

Este duelo. Sin asideros, sin ellos, sin pintura me siento menos libre, camino en el sendero de los que no volveremos a ver.
Por último los trabajos de esta exposición han sido separados de los que quedan en el taller por mis amigos Patrick M. Fitzgerald y Antón Hurtado. Mi gratitud hacia ellos por haber mirado en el pajar de mis años dispersos. Nadie pierde siempre.
Resurgir de nuevo de abajo. Es lo que haré.
¿La vida eterna?, para qué la quiero, o como diría Van Dongen: “Vivir bien la vida es un arte lo demás es todo pintura”.

Comenzar de nuevo, ¿con qué NO me encontraré ahora?, según W.H. Auden:
“A los veinte años encontramos amigos sin esfuerzo.
Pero hace falta Dios y ayuda
para encontrar alguno a los cincuenta y siete.”

El presente como contenedor anhelante de futuro transcurre rápido. Ahora, sin embargo, parece dilatarse.

SEPTIEMBRE
El aire de la Tierra;
y la sonrisa del aire
que impulsa a la hoja hacia otro juego.
La pregunta
y la respuesta adivinada,
la ensimismada nostalgia de los rostros.
La suave agonía
que fueron dejando las palabras a su paso
y el lento pie del aire
que hacia allí va mostrándonos
la mágica belleza de lo limpio.
Javier Aguirre Gandarias

Para quienes se fueron y a Pedro José García de la Mora, Pedro Carcedo Revenga, Javier Aguirre Gandarias, Antón Hurtado, Patrick M. Fitzgerald y Joaquín Lara con gratitud y afecto.
a 18 de Noviembre de 2014